Eramos uno, en tres cuerpos diferentes. Eramos el infinito en persona. Eramos amigas, hermanas. Amigas, de verdad. No de esas que se saludan de vez en cuando, de esas que se llaman cuando se necesitan y de esas que se ven 2 veces al mes. Eramos inseparables. Donde iba una ahí estaban las otras dos. Eramos ese tipo de amigas a los que los silencios no le incomodaban, con las que reíamos y llorabamos sin parar, ese tipo de amigas que con una mirada ya sabíamos lo que nos pasaba a cada una de nosotras. Ese tipo de amigas que se conocían como la palma de la mano. Vivimos momentos increíbles, únicos, maravillosos. Los mejores momentos de nuestras vidas. Estábamos ahí para las carcajadas, los enrrales y por supuesto también para las caídas, para los llantos y para escucharnos la una a la otra. Eramos eso que la gente veía en nosotras, una amistad verdadera. "Unidas jamás seremos vencidas". Pasábamos baches, muy grandes, pero aun así los superábamos. Eramos fuertes, totalmente distintas y a la vez almas gemelas. Nuestra amistad era única. Y digo era, por que ya no lo es. El tiempo ha pasado, hemos cambiado. Nos hemos distanciado, y ya no somos lo que eramos. Duele ver que lo que un día fue lo mejor de ti, ya no es la mitad de lo que era. Duele ver que las sonrisas ya no son compartidas, que las lágrimas se guardan, que ya ni hablamos y que aunque nos veamos todos los días y hablemos de vez en cuando nada es lo mismo. Es difícil tenerlas día a día tan cerca, y sentirlas a kilómetros.
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